Hola, mi nombre es Sophie, tengo 26 años y vivo en Étretat, un precioso pueblecito de la costa francesa. Si estás leyendo esto, debe ser porque has encontrado la desgastada libreta que se ocultaba bajo la baldosa del sótano de la casa de mi familia; me alegra que vayas a conocer mi historia.
Todo comenzó por casualidad. Conocí a Carlos una tarde del mayo de 1885 en una fiesta que daba mi familia en la casa de la costa, todos los vecinos estaban invitados con motivo de los éxitos empresariales de mi padre y sus socios.
La familia de Carlos era nueva en el pueblo y mi madre pensó que qué mejor momento para dar la bienvenida a los nuevos vecinos que en una fiesta. Al cabo de un rato descubrimos que se trataba de una familia de comerciantes colombianos, grata sorpresa para mi padre, que tras unos años acumulando una buena fortuna, decidieron mudarse a Europa.
Mientras hablaba con las hijas de uno de los socios de mi padre, sentí una mirada fija en mí, una figura alta y atlética se estaba acercando hacia donde nosotras nos encontrábamos con paso firme, cuando quise darme cuenta ya era tarde, mi mano se estaba deslizando sobre la suya en lo que parecía la invitación a un baile. Él era Carlos. Fue en ese momento cuando, presa de un embrujo, todo el salón y las personas que había en él desaparecieron, como si de una alucinación se tratase.
A partir de ahí, mi pequeño músculo cardíaco que, anteriormente, sólo había sentido amor por la brisa, el mar, sus olas y los preciosos acantilados de Étretat, había encontrado una nueva cosa a la que aferrarse. Ahora latía al compás de otro corazón.
Una mañana, la madre de Carlos apareció en nuestra puerta con un precioso vestido de color lavanda en sus manos y una nota con mi nombre. Me quedé pálida, y apresuradamente la invité a entrar y le ofrecí una taza de té. Tras una entretenida conversación, le di las gracias por su regalo, y al tiempo que abría la puerta para marcharse, pude entrever a Carlos junto al coche esperando para abrirle la puerta.
El viernes de esa misma semana, descubrí a Carlos en la puerta de mi casa invitándome a pasear con él. Decidí aceptar su invitación y enseñarle mi rincón favorito de Étretat. Tras una larga caminata hablando sobre la vida en el pueblo, sus habitantes y demás asuntos de cortesía, me cogió la mano, como la otra noche en la fiesta. Sentí mi sangre arder y nos miramos, pasaron apenas dos segundos hasta que nuestros labios se juntaron.
Pasamos tardes enteras en la arena de la playa mirando al horizonte, conociéndonos, ajenos a lo que ocurría a nuestro alrededor. Cada día era mejor que el anterior, terminamos por aprendernos de memoria el uno al otro.
Una tarde Carlos llegó tarde a nuestro encuentro, y en ese momento supe que algo malo ocurría. Cuando apareció, me contó que se había desatado una guerra civil en su país, al tiempo que hablaba algo dentro de mí se rompía. Carlos y su familia partirían hacia el Puerto de Santa Marta, donde comenzaron su nueva vida tiempo atrás.
Me ofreció irme con él, y yo sabía que esa era la única posibilidad de volverle a ver, pero no me hacía a la idea de dejarlo todo, abandonar toda mi vida, a mi familia y mi hogar…
Con el alma en un puño, fui a despedirlos y mientras se alejaban en el horizonte, me quedé inmóvil, sentada en el filo de nuestro acantilado hasta que comenzó a anochecer. Sin duda una partida sin regreso que se llevó consigo una parte de mí.
Andrea Quitian Navarro
Monet, C. (1885). Acantilados
de Étretat. [Ilustración]. Recuperado de https://www.todocuadros.es/media/catalog/product/cache/1/image/490x396/a4b764e5482f62fb51dae89ed3917009/a/c/acantilados-etretat-claude-monet.jpg
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