La arrendataria
La
noche veraniega se cernía sobre el tranquilo pueblo de Alfordsville, una
pequeña población ubicada en el condado de Daviess, en el estado estadounidense
de Indiana. Los Turpin, una pareja de ancianos labriegos, comenzaban a sentarse
alrededor de la mesa del comedor para cenar.
De
pronto el sonido inesperado proveniente de la puerta principal les sobrecogió.
Ambos ancianos se miraron sorprendidos entre ellos, ya que era tarde y no esperaban
ninguna visita. La señora Turpin se dirigió a abrirla. Allí una figura
aguardaba en la oscuridad cuando la anciana Turpin entornó la puerta y la luz
del descansillo iluminó su rostro, lo que le permitió entrever unos cabellos
rubios y unas facciones marcadas con ojos azules y nariz rechoncha.
La
recién llegada se presentó a la anciana pareja
como Jackie Harris, y les explicó que debido a su oficio de partera
necesitaba de una habitación donde hospedarse temporalmente. Gracias al
alguacil que había picado su billete de llegada en Alfordsville, había conocido
el paradero de la vivienda de los Turpin donde se arrendaba una habitación.
Rápidamente
llegaron a un acuerdo por el cual Jackie podría quedarse a cambio de su ayuda doméstica en el hogar.
La
joven amaba la pintura, y no tardó en hacérselo saber a su casero, quién le indicó
donde poder hacerse con el material que necesitaba. Jackie dedicaba todos sus
descansos a elaborar sus creaciones.
Transcurridos
pocos meses, la salud de la anciana
Turpin comenzó a desmejorarse. Debido a su error al asociar su enfermedad al
trabajo duro que suponía el labrar sus tierras, siguió empeorando hasta caer en
cama.
Jackie,
aprovechando la ausencia de la mujer por
las estancias del hogar, comenzó a decorar la vivienda con sus lienzos recién
pintados.
Los
días transcurrían lentos por las bajas temperaturas que acechaban la humilde finca.
Rápido se consumía los troncos que daban calor a la casa.
El
señor Turpin se encontraba limpiando el granero rojo situado al lado de la
hacienda. Por esto, Jackie se dirigió al centro de Alfordsville teniendo que
abandonar sus labores en el hogar para comprar más leña que echar al fuego.
La
señora Turpin, sola, con un frio que le penetraba los huesos, hizo el esfuerzo
de incorporarse en el lecho de su cama para poder avivar las ascuas. Para ello
requería de la ayuda del fuelle, el cual se encontraba en el fogón de la
cocina. Se puso las acolchadas zapatillas, se abrigó con el chal y abandonó la
habitación.
A
cada paso que daba, crecía la perplejidad de la señora, al observar las
numerosas obras recientes que cubrían las paredes de su casa, en las cuales
podía reconocer imágenes que le resultaban familiares.
La
señora solicitó la presencia de Jackie para obtener explicaciones de lo que contemplaba
ante sus ojos, pero al ver que ésta no respondía a su llamada, dirigió sus pisadas
hacía el dormitorio de su arrendada.
Tras
llamar a su puerta y no obtener señales de la mujer, Turpin contuvo la
respiración, y se dispuso a adentrarse en la estancia.
La
frágil luz iluminó los rincones más lúgubres del cuarto, abriéndose paso entre
pinceles, colores y lienzos. La anciana divisó la esquina de un marco que se
dejaba entrever a través de los pliegues de una vieja tela.
Este
captó su atención, sintiendo la
necesidad de tirar del tejido que lo cubría.
Cuán
fue su sorpresa al distinguir cada detalle de las facciones de su marido
perpetuadas en una imagen en la que se le apreciaba acompañado por la misma
autora del cuadro.
Un
grito se ahogó en la garganta de la señora Turpin, quien empezó a rebuscar
entre las pertenencias de Jackie, sin pudor. En una caja de madera antigua que
se encontraba situada al fondo del armario, pudo hallar unos pequeños frascos
de cristal, entre los cuales había algunos ya vacíos. Cogió uno de ellos y lo
destapó cuidadosamente, y un sutil olor repentino inundó el ambiente de la
estancia. Cuando acercó la luz, pudo observar una pequeña etiqueta que indicaba “arsénico”.
La
conmoción provocó que se le escurriese el pequeño frasco entre sus dedos, estrellándose
este contra el suelo.
Tratando
de escapar de esa habitación, en busca de su marido, se percató de un periódico
que se encontraba sobre la mesilla de Jackie. Algo en él le llamo especialmente
la atención. Sobre sus líneas, resaltaba por encima del resto de titulares uno
en el que se podía leer “La policía de Indiana pierde la pista a la peligrosa
interna fugada de un psiquiátrico en el estado de Illinois” y acompañando a
este una foto de la paciente.
En
ella podía reconocerse el rostro de Jackie Harris.
Imagen
obtenida de: http://www.artic.edu/aic/collections/artwork/6565
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