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EL BESO
Era el año 1908, una mañana cualquiera, fría, de diciembre, en pleno
centro de Viena. Me desperté como estaba acostumbrada cada día, a las siete y
como no, tocaba la misma rutina, las mismas costumbres. A penas quedaba unos
días para acabar el año y yo lo deseaba, no veía el momento, había sido un año
difícil. Hace unos meses que había muerto mi madre, pero esta no fue la única
perdida, perdí también al amor de mi vida, que resultó no serlo. El alma se me
cayó a los pies cuando descubrí que mi futuro marido, no era quien decía ser,
¿en serio el amor existía?
Tuve que empezar a trabajar en la casa de la familia Carter, quienes me
dieron trabajo y alojamiento, pero lo que no sabía es que esto no sería muy
duradero.
Esa mañana no pude dedicar demasiado tiempo a reflexionar acerca de mi
vida como hacía cada día, estaba inmersa en un sueño del que me despertó con un
fuerte grito la señora Carter. Esta exigía su desayuno a las nueve en punto, ni
un minuto más y ya habían pasado dos minutos, por lo que corrí escaleras abajo,
lo preparé y serví lo más rápido que pude cuidando cada detalle.
Mientras limpiaba no podía dejar de pensar en el sueño que había tenido
esa noche, una sensación muy rara ocupaba mi mente, una imagen concreta no me
dejaba concentrarme ni pensar en otra cosa. En la imagen se podía ver a un
hombre de pelo negro y tez morena que me besaba mientras me levantaba de un
jardín floreado.
Pasaron varios días, el sueño no dejaba de repetirse y yo no dejaba de
estar ausente intentando encontrarle un sentido. Notaba como mi rendimiento
empezaba a fallar y esto tuvo sus consecuencias.
Una mañana, los señores de la casa me ordenaron que acudiese al comedor
después del desayuno. Me temí lo peor, y efectivamente estaba en lo cierto, me
trasmitieron la impactante noticia de que mis esfuerzos y servicios últimamente
no eran suficientes ni indispensables y que antes de fin de año tendría que
abandonar la casa, estaba despedida. Si pensaba que mi situación no podía
empeorar… acababa de hacerlo.
La vida me castigaba, y yo, no encontraba motivo. Salí a la calle a
hacer la que sería mi última compra para la familia sin ser consciente de lo
que me iba a pasar ese día.
El camino que siempre recorría estaba cortado, ¿podía tener más mala
suerte? No pude atajar, por lo que tuve que recurrir al camino largo con la
única ventaja de que respiraría aire puro pasando por el prado que tanto me
gustaba, no entendía cómo podía estar tan bonito sin ser propiedad de nadie.
Conforme me acercaba, pude diferenciar la silueta de un hombre, me recordó al
hombre de mis sueños y no pude evitar sonreír al verle.
Llegó fin de año y regresé a casa de mi padre, en un pequeño pueblo a
las afueras de Viena. Los meses pasaron y como de costumbre, cada lunes me
acercaba al centro de la ciudad a por sus medicinas.
Aprovechando que la primavera había empezado, el lunes pasado, decidí visitar
mi lugar favorito de la ciudad, el cuál no veía desde hace tiempo, aquel prado
ya repleto de flores.
No pude evitar pararme, mañana hará un año desde la muerte de mi madre y
era la ocasión perfecta para coger las flores más bonitas de la ciudad y
realizar un gran ramo para ella. Cuando me disponía a cogerlas, vi como alguien
se acercaba hacia mí, era el hombre de la otra vez. El prado resultó ser
privado y de su propiedad, pero lejos de recriminarme lo que estaba haciendo,
me confesó que desde aquel día que nos encontramos quedé grabada en su mente,
al igual que su imagen seguía presente en mis sueños. No supe como reaccionar,
me ayudó a levantarme y besó mi mejilla.
Desde aquel momento no dejo de pensar en “El beso”, ¿qué me deparará el
mañana?
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