La naturaleza y sus distintos elementos, lejos de
estar presentes en la realidad objetiva y tangible de los humanos y humanas,
ofrecen un espacio espiritual que permite evadirnos de ese periodo
espaciotemporal y viajar desde la introspección hasta una dimensión distinta.
Los árboles, el agua, los árboles, el fuego, el sol,
el aire… al lado de ellos somos personas, sin más, la magnitud no es
comparable, para nada. La luna, concretamente, tiene una relevancia especial en
nosotros, los humanos y humanas; influye en nuestro mundo interior:
pensamientos, sensaciones, sentimientos, emociones… pero de manera
sobrenatural, incluso surrealista.
No es casualidad que las mujeres identifiquen
coincidencias entre los ciclos lunares y sus propios ciclos menstruales; normalmente
el periodo completo tiene una duración de veintiocho días, ¿casualidad?
¿causalidad? Lo sorprendente es que las civilizaciones antiguas ya eran
conscientes, de ello, pero es ahora cuando las nuevas generaciones lo
redescubrimos.
Una mujer, Gala, descubrió hace muchos años, tras una
conversación, la dependencia absoluta que tenía de la luna; empezó a asociar
recuerdos y sensaciones y encontró coincidencias entre sus comportamientos y
emociones y los distintos ciclos de la luna.
Su temperamento variaba de forma irregular a lo largo
de los días; alguna mañana amanecía radiante, otras deprimida o cansada, una
semana era cuesta arriba, y otras pasaban volando. A pesar de que había
cultivado su educación emocional después del instituto, al darse cuenta de que
era una necesidad que no había sido cubierta, encontró que muchas veces no
podía controlar su temperamento y que había emociones que no se relacionaban
con el estímulo, podríamos decir, asociado biológicamente.
Conoció a una mujer, Iria, que comenzó a indagar en su
pasado, a recordarle que era una persona muy introvertida, a la que los hombres
llamaban “estrecha” porque le daba miedo acercarse a ellos y le generaban
rechazo, aunque no tenía una explicación que le ayudase a reconocer lo que
sentía en esos momentos; no quería conocer gente nueva, ni relacionarse con
ella, no le gustaba que nadie le tocase o intentase descubrir su mundo
interior. De repente, comenzó a recordar lo mucho que era adorada en su pueblo,
cómo le saludaba todo el mundo y la frecuencia con la que acudían a ella cuando
necesitaban ayuda, porque les transmitía calma, porque era capaz de solucionar
los problemas con una simple conversación. Sin embargo, era ella indiferente a
las personas, ni le iban ni le venían, simplemente se limitaba a hacer sus
tareas diarias y a pensar en sus problemas e intentar buscarles una salida.
Entonces también sentía que todo el mundo le miraba, que no tenía escapatoria;
estaba en el punto de mira y todo el mundo analizaba sus pasos, era el
referente, pero a la vez se le criticaba como a la que más, no podía permitirse
un paso en falso.
Fruto de la desesperación y la ansiedad de esta
vivencia, de no saber qué sentía realmente, comenzó a llorar para desahogarse,
a ver si sucedía algo nuevo que le permitiese salir de ese circulo sin fin que
no podía romper.
Al cabo de los años, encontró un libro en unas
estanterías de la casa de su abuela que tenía una luna enorme en la portada; resultó
ser un manual maya sobre el control que ejerce la luna sobre los humanos y
humanas. Tras meses haciendo un esfuerzo enorme para entender una temática tan
compleja, consiguió terminarlo, y comenzó a asociar recuerdos, experiencias,
sensaciones.
El manual explicaba que nuestros sueños están
condicionados por las fases de la luna, y por eso cada día nos levantamos con
estados de ánimo distintos; tras meditar y reflexionar mucho sobre ello, se dio
cuenta de que, precisamente, lo que había sentido el día que conoció a Iria,
fue un ciclo lunar de una hora, es decir, todos los estados de ánimo por los
que pasamos en veintiocho días.
Comentarios
Publicar un comentario