Figura1. Saturno ( Goya, 1820)
Goya, L.F. (1820) Saturno. Madrid [Revestimiento mural trasladado a lienzo] Museo del Prado.
Franco Manuel Cachafeiro Torres
ANGUSTIA
Todo comienza con un silencio, profundo y sentido silencio. Es un silencio
agresivo, violento, hace daño, es un silencio que aterroriza.
Es el silencio de un momento que no solo te hace ser más humano, por
sentir, sino, más humano por reconocer que puede llegar el fin.
Era un anochecer lluvioso, frio, confuso e incluso predictor para él. Creía
que ya conocía, que después de la tormenta solo esperaba el huracán, y que
hasta estaba acostumbrado al huracán.
Pero ese día, era como si todo se tornara raro, estaba despistado dentro de
su predicción, como si algo ahí le dijera que ya estaba. Pero él no sabía cómo interpretarlo,
no sabía salir de ahí, estaba preso en esa confusión, no sabía si quería o no,
llegar a casa.
Él solo sabía que eso era para siempre, y que la esperanza solo se fundaba
en su profunda angustia, en sentir como su corazón se desgarraba en cada
palabra, y ya no en cada acción, sino en cada recuerdo, en cada día, que su única
esperanza era la eterna reproducción de lo mismo, esa maldita predicción, ese
controlar todo por miedo, y esa Angustia.
Lo consumía, lo devoraba, no podía ser sin sufrir.
Era una hoja liderada por el viento, solo existía por el sufrir, solo existía
sin posibilidad, no había consuelo. Tenía algo y solo era soledad.
Minutos antes de llegar al centro de su Angustia, dejaba todo lo que podía ser
y que sabía que no podía, en la puerta.
Entraba y se dirigía automáticamente a su alcoba, sentía la presión de su
miedo sobre los hombros, la presión del fin. No podía producir lágrimas, solo
temor.
Y era en aquel momento, en el que escucha esa voz, en su oscura y lúgubre alcoba,
lo llamaba, exigía su presencia. Él sentía que ya, que debía ir, pero lo
decidía su presión, su miedo.
Bajaba las escaleras, pegado en la pared, de cualquier sitio podía proceder lo
menos, o lo más esperado para él. Ya en el salón, frente a frente de su dueño.
Él sin serlo.
Se sienta, en una de las sillas ubicada en la esquina del salón, esquina
más próxima a la puerta de la cocina
Música sonando, nunca antes una melodía apelaría más al ansia, al temor, y
al miedo, perecía que estaba hecha para el momento, parecía que salía de su mente.
Unos minutos más, los de la agonía, estos minutos tocaban su cara como
aquel hombre empuñaba su mano en su rostro, era el tiempo consumido y consumado
en un acto de dolor. Todos los días su cuello era objeto de ese tiempo, todo el
tiempo era resultado de sus marcas, de su dolor, de ese daño, de la
imposibilidad.
Su rostro era pálido y sin lágrimas, se dejaba ser, solo tiempo, tiempo era
lo peor y lo mejor para él.
Después de la brutalidad, después de sentir a lo largo de su piel la planificación
de su tiempo, de su consumición. Después de que lo único que sea capaz dejar
correr por su cuerpo sean las gotas de dolor producidas por la satisfacción de
su padre. Después de eso callaba, después de eso encerraba todo lo que sentía en
una especie de cámara, sin que se vuelva abrir, su soledad.
Lo único que experimentaba después, era el dolor de las escaleras, pero ya
no subía pegado a la pared sino, pegado a ellas.
Dentro de la cosa que creía que era, dentro de su monstruosidad, sentía lo
que era, Angustia, pero fue ese camino en esa noche lluviosa y tenue, lo que
hizo que por primera vez su predicción no sea la esperada.
Él llegó a su alcoba, pero de ahí decidió, y por primera vez decidió, que no
iba a salir más, antes de llegar, se dirigió al servicio, donde aquel hombre
guardaba todas las pastillas que le recetaba su psiquiatra, pastillas de hace
dos años.
Las tomó como suyas, pensó que era el
mejor camino para dejar de no-ser, y abrió el cajón de la soledad para tener
nueva compañía.
Mató el tiempo, rompió la predicción, y se devoró, a él.
Los anónimos me lo ponéis un poco difícil
ResponderEliminarI'm Banksy Cachafeiro
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