Arrufos - Belmiro de Almeida (1887)
Esta historia comienza como cualquier otra, con una pareja feliz, recién casada y con muchos planes de futuro.
Ella
se llama Elena, es una chica sencilla, pero a la vez muy complicada,
sentimentalmente hablando. Viene de una buena familia con mucho dinero, por lo
que nunca le había faltado de nada. Sin embargo, lo que ella siempre había
querido no lo podía comprar ni todo el oro del mundo. Estoy hablando de su
libertad, de vivir sus propios sueños. En aquella época, la vida no era fácil
para nadie y mucho menos si eras mujer. Sin embargo, Elena estaba dispuesta a
luchar por ello.
Su
marido se llama Álvaro, es un hombre de éxito y serio, pero a la vez muy
divertido, siempre está haciendo reír a Elena. También viene de una buena
familia. Es un hombre dedicado completamente a su trabajo. Su padre murió hace
unas semanas, por lo que Álvaro acababa de heredar el majestuoso imperio de la
moda gobernado por su padre.
Elena
y Álvaro vivían en Madrid, en una casa enorme con una gran cantidad de personas
a su servicio. Esa misma noche, la pareja quería celebrar una fiesta en honor
al éxito que había supuesto para Álvaro heredar la empresa de su padre, por lo
que decidieron invitar a todos sus familiares y amigos.
Elena
invitó a sus padres y a su hermano, los cuales quería incondicionalmente, sobre
todo a su hermano, Manuel, el cual siempre la había protegido y apoyado en
todo. Es un hombre muy querido por la familia, en especial para Álvaro, tenían
una gran amistad, y eso a Elena le encantaba, porque ella también adoraba a su
hermano.
Hasta
aquí, la pareja tenía una vida maravillosa, pero como en todas las historias,
siempre acaban surgiendo los problemas.
Elena
y Álvaro comenzaban a tener sus discusiones, empezaban a conocerse más, surgían
cada una de sus manías y aquellas cosas en las que no estaban muy de acuerdo.
Como
ya he dicho, Álvaro era un hombre muy trabajador por lo que había noches en las
que se tenía que quedar más tarde en la empresa. A Elena esto no le importaba,
ya que siempre ha confiado mucho en su marido y ella siempre ha sido una mujer
segura de sí misma. Sin embargo, Álvaro cada vez aparecía menos por casa, y
Elena podía ser confiada pero no era tonta.
Una
noche de lluvia, Elena decidió ir a buscar a su marido, no aguantaba más, la
incertidumbre le comía por dentro. Iba caminando por la calle, sin prisa, pero
inquieta al no saber qué se iba a encontrar cuando llegara. Las ganas de llegar
a la empresa se apoderaron de ella, por lo que comenzó a aligerar el paso,
hasta tal punto de empezar a correr. Cuando llegó a su destino, Elena se
encontraba sofocada, pero aun así nada le detenía, por lo que decidió entrar.
Estaba empapaba, mojando el suelo de la empresa, hasta que por fin llegó a su
despacho.
Elena
entreabrió la puerta y pudo ver a su marido, abrió los ojos como platos para
poder bien lo que estaba pasando dentro de esa habitación. Pudo ver a otro
hombre, eso le tranquilizó, pero estaba de espaldas. Elena observó cómo su
marido estaba manteniendo una simple conversación, por lo que decidió que era
hora de irse a casa. Sin embargo, antes de apartar la mirada, aquel hombre
desconocido se lanzó a los labios de su marido. Elena no podía creer lo que
estaba viendo. Empezó a sentir cómo su pecho se desgarraba. Un frío intenso se
apoderó de ella. Creía que se iba a desmayar, pero sacó fuerzas y salió de
aquel sitio corriendo.
Al
llegar a casa, Elena no podía respirar, estaba desolada, confusa, enfadada, por
lo que comenzó a romper todas las fotos de su boda. Elena se sentía engañada.
Cuando
Álvaro entró por la puerta, pudo ver a su mujer empapada, tirada en el suelo en
frente de la chimenea. Él inmediatamente se acercó a ella para averiguar qué le
había ocurrido. Elena giró la cabeza y Álvaro pudo ver su cara totalmente
descompuesta.
Álvaro
comenzó a preguntarle a su mujer que qué le había pasado, al no recibir
respuesta se puso a gritarle. Después de un rato, Elena solo pudo hacerle una
pregunta: “¿quién es?”. Al escucharlo, Álvaro directamente sabía lo que había
ocurrido.
De
repente, Álvaro pareció estar impasible, se sentó en su sillón y sacó un puro
de su cajón. Elena, cada vez más furiosa, le comenzó a gritar que quién era su
amante. Él, por fin, decidió mirarla a los ojos y decirle su nombre: “Se llama
Manuel, y es tu hermano”. Elena, con el corazón totalmente roto al escuchar
aquellas palabras de su marido, se desplomó con un llanto desgarrador sobre el
sofá.
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