
A veces me pregunto cómo he llegado hasta aquí. Todavía recuerdo cuando era un niño y las horas pasaban sin pasar.
Recuerdo esas tardes de verano en la orilla de la playa del Cap de Creus, tumbado contemplando el atardecer junto a mi mujer.
Solíamos sentarnos abrazados, contando historias de nuestra juventud y comiendo uno de nuestros platos preferidos, queso Camembert.
El tiempo no pasaba a su lado.
Aún me acuerdo de aquella conversación con ella. Me preguntó qué haría si pudiera parar el tiempo. Yo le respondí con un ligero beso en la mejilla. Ella lo entendió.
Pero lo cierto es que el tiempo pasa, y pasa muy rápido.
Ahora todo ha cambiado. Yo ya no soy ese joven de cabello moreno y ojos azules. Ya no puedo pasear por la playa ni comer junto a mi mujer.
He cambiado. Ahora tengo el pelo blanco y ciertas arrugas que dejan entrever mis ojos azules.
Sólo veo cómo las agujas del reloj avanzan sin control, y yo no puedo hacer nada para impedirlo. Tampoco quiero.
Ahora estoy aquí, en la misma playa de siempre, finalizando mis días sin saber cómo controlar el tiempo y contemplando cómo se apaga la luz de mi vida.
Pero junto a mí está ella, la única que ha sabido mantener dicha luz durante toda mi vida.
El anonimato me ayuda bien poco a localizaros
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