Recuerdo cuando llegamos aquel primer día. No sabíamos lo
que nos íbamos a encontrar y mucho menos nos imaginábamos la amistad que compartirían
aquellos desconocidos que en ese momento sólo intercambian miradas de
nerviosismo e incertidumbre.
Durante los cuatro años que pasamos juntos nos fueron
enseñando que nadie te regala nada, que hay que trabajar duro para conseguir lo
que se quiere, que las oportunidades llegan, y en tu mano está si decides
cogerlas o dejarlas ir. Te das cuenta que es fácil llamar a alguien amigo, pero
serlo de verdad es una prueba que se tiene que superar día tras día. Lo que más
importa no es la cantidad de tiempo que pasemos con estos amigos, sino la
calidad del tiempo que estamos viviendo con cada persona, ya que será lo que
quedará en nuestro recuerdo, y podremos sentirles cerca, aunque estén lejos.
En este tiempo compartimos silencios, entablamos
conversaciones de temas muy dispares, y fuimos forjando algo único e
indescriptible.
“Quien tiene un amigo tiene un tesoro”, decían, y nunca me pude
identificar más con un refrán que no fuera ese. No es lo mismo tener gente
alrededor que tener amigos. Encontrar personas especiales, nos convierte en
especiales y la vida es maravillosa si caminas de la mano de gente que sabe
darte lo que necesitas en la proporción exacta a como tú sabes mejorar la suya.
En ciertas situaciones te das cuenta de quién sí, quien no y
quien siempre. Ves quien busca un hueco hasta cuando casi ni lo tenía, quien
llega tarde, pero llega o quien no está, pero es como si estuviera.
La propia vida hace que la gente que tan unida estuvo en una
determinada época de su vida, tome rumbos distintos. Nuestra tarea recae en
volver a encontrarnos con estas personas.
Y aquí estamos nosotros, al calor de una chimenea, en una
mesa kilométrica, con vino, cerveza y buena música. ¿Existe algo mejor que
ponerse al día y recordar momentos con personas a las que quieres? La felicidad
está dentro de uno mismo y al lado de alguien, y yo estoy feliz de tenerles y
soy consciente de ello cuando les tengo en frente y no puedo parar de mirarles,
recordando esos ojos, las diferentes risas que tienen, pero lo bien que se
escuchan todas juntas.
Me sigue fascinando la cantidad de cosas que tenemos en
común, aunque no se trata de ser almas gemelas, sino personas con quien compartir
vidas distintas. Es como si el tiempo no pasara por nosotros, es algo que hace
que me dé cuenta que la esencia de todo esto nunca se perderá.
En plena cena, decidimos hacernos una foto de recuerdo
todos, que personalmente tengo enmarcada en mi habitación. Tras pedirle al
camarero que nos la hiciera, fuimos viéndola uno a uno, acercando las caras que
peor salían y riéndonos todos juntos.
Seguimos cenando hasta que alguien propuso un trato que fue
imposible rechazar. “Oye chicos, ¿y si cada año nos juntamos al menos una vez
todos y nos hacemos la misma foto? Sería una manera de ver cómo vamos creciendo
y una excusa perfecta para vernos”.
Aunque la realidad es, que nosotros no necesitamos excusas,
ya que pasar rato con buenos amigos es la mejor medicina que puede existir.
Inmediatamente se forjó en nuestros rostros sonrisas y
miradas cómplices, y sin planearlo todos respondimos que sí al unísono y
brindamos por nosotros, celebrando que nos tenemos.
Lo siento por el que esté leyendo esto, pero dime que la
distancia separa o dime que la distancia une y te diré que la distancia sólo
muestra realidad.
Al fin y al cabo, lo mejor de la vida son las personas con
las que compartimos nuestros días, las que nos llenan el alma más que cualquier
cena.
Jessica Vicente Martín
Imagen obtenida de: https://www.milan-museum.com/es/ultima-cena-leonardo.php
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