La vent(ANA)
Cadaqués, 1925. Ana sigue pensando en las duras decisiones
que tendrá que tomar de vuelta a casa. Es
finales de agosto, y como siempre, Ana disfruta por última vez aquellas vistas
que le llevan despertando los meses de verano desde que tiene memoria. Siempre
se va llorando, llorando por el final del verano, por la vuelta a la rutina,
porque ya no volverá a la casa que tantos buenos momentos le hizo pasar, al
menos, hasta el año siguiente. Sin embargo, este año era distinto. Este año
volvería llorando por otro motivo. Este septiembre tendría que enfrentarse a su
padre, quien le esperaba en Madrid con su futuro marido, treinta años mayor que
ella y clave en el futuro de la empresa de su padre, a quien tanto adora. Sabía
que la decisión que iba a tomar no era fácil, pero también sabía qué era lo que
ella quería y que esta vez nada ni nadie le impediría seguir sus voluntades,
precisamente porque su hermano Salvador estaría junto a ella, dando significado
a su nombre más que nunca. Habían pasado tardes y tardes dándole vueltas al
asunto, pensando si sería o no la mejor opción, seguir adelante con el niño que
nacería ocho meses después.
Por supuesto, para la familia Dalí sería un gran escándalo
presentar a su hija en estado, a una familia adinerada como era la de los Pomes,
quienes iban a aportar grandes riquezas y a salvar a su querido padre de la
crisis económica en la que se encontraba inmerso. Dicho matrimonio quedó
establecido siete meses atrás, sin embargo Ana Dalí y Carlos Pomes no se habían
conocido aún. Sería el mediodía del ocho de septiembre cuando los prometidos se
verían la cara por primera vez, en un inocente encuentro, organizado por las
familias, donde nadie, ni si quiera el padre de Ana, se daría cuenta que este
año, ella había vuelto más nutrida que de costumbre. Por eso, Salvador y Ana, desde
la habitación azul de Cadaqués, la casa que les gustaba tanto y donde tantos y
tantos veranos pasaron entre amigos, decidieron un plan alternativo. Ana no
tenía muchas opciones. La boda sería en diciembre, por lo que no podría engañar
a su futuro marido diciéndole que el niño era suyo, ya tendría una notable
tripa de embarazada y las reprimendas serían peores en el momento. Por tanto,
los dos hermanos habían pensado excusar a Ana nueve meses más en Cadaqués,
donde tendría que estar permanentemente encerrada en aquella casa que tanto les
gustaba, con motivo de una supuesta extraña enfermedad. Nadie podría enterarse
de lo que ocurría, o de lo contrario, los Dalí quedarían en una pésima situación
económica al descontar con la ayuda que los Pomes, que prometían grandes
beneficios a cambio del matrimonio.
La mañana del ocho de septiembre, con la voz entrecortada,
Salvador se dispuso a llamar a su padre para contarle que Ana se encontraba en
reposada en la cama con unos dolores de cabeza insoportables, con sudores fríos
y que llevaba así una semana entera, con visitas diarias del doctor, quien
recomendaba reposo. Alarmado por la noticia del estado de su hija pequeña, el
padre hizo ademán de colgar el teléfono y viajar de inmediato hacia Cadaques. Le
preocupaba el estado de su hija, pero también le preocupaba el supuesto
encuentro que debía realizarse. Como solo unos meses atrás su mujer, la madre
de Ana y Salvador había fallecido por una enfermedad que nunca se pudo
diagnosticar, el padre no puso pegas en cancelar la reunión y proponer a los
Pomes posponer lo acordado. Puesto que la situación de Ana ‘’no mejoraba’’, con
cada llamada telefónica, la preocupación del padre no cesó, y a pesar de los
viajes a Cadaqués para ver a su hija enferma que él hubo realizado, por
indicaciones del doctor, no consiguió cruzar la puerta que llevaba a la
habitación de la ‘’enferma’’. No
obstante, sí pudieron hablar por teléfono en numerosas ocasiones, donde Ana le
tranquilizaba, con una angustia tremenda de no poder contarle todo lo que
estaba ocurriendo.
Los meses transcurrieron y Ana dio a luz a un precioso niño,
al cual tuvo que entregar en una casa de acogida para realizar el casamiento
que salvaría las vidas de los Dalí económicamente. Después de la boda la crisis
de los Dalí terminó. Carlos y Ana congeniaron bien, pero no pudieron engendrar
bebé alguno. Pasaron los años y Ana tardó diez años más en volver a la casa de
Cadaqués donde fue tan feliz. No pudo evitar echarse a llorar al mirar a través
de aquella ventana donde solía llorar cada fin del verano. Lo que vió esta vez
a través de la misma, era aquel hombre que le estuvo cuidando nueve meses en esa
misma casa, el doctor. Llevaba de la mano a un niño de unos trece años con la
misma mirada triste, con la que terminó Ana el verano de 1925.
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