Bruno había muerto hace una
semana y mis padres estaban desesperados por encontrar la persona que le
sustituiría. Tenía que cumplir muchos requisitos. Debía ser educado, servicial,
confidente, tiene que generar confianza en nuestra familia pues casi va a
pertenecer a ella. También tenía que saber algo de tareas domésticas y de
protocolo. Nuestro anterior mayordomo era la persona ideal, por eso fue tan
difícil encontrar alguien que estuviera a su altura.
En la comida del domingo mis
padres me comunicaron que Carlos se incorporaría al día siguiente. Iba a tener
unos meses de prueba pero a priori les había parecido un muy buen candidato. Al
día siguiente cuando me desperté y bajé al salón para desayunar allí estaba él.
Era joven, un poco más mayor que yo, alto, con la piel clara, el pelo moreno y
corto, tenía los ojos verdes y cara de buena persona.
Mi padre me lo presentó - Ésta es
mi hija mayor, Margarita, en unos días cumplirá la mayoría de edad. En la mesa
siempre se sienta a mi derecha.
Carlos apartó mi silla para que
yo me sentara en ella. Yo sonreí y le di las gracias. Creo que también me
sonrojé, pues sentí un intenso calor en mis mejillas. En ese momento no sabía
porque me había ocurrido eso, yo no conocía varón. Únicamente me había
relacionado con mis primos cuando venían a visitar a mi abuela y con el hermano
mayor de mi amiga Rosa.
Cuando terminé de desayunar fui a
dar un paseo con mi hermana por el gran jardín que tenía nuestra casa. Casi
siempre paseábamos juntas por las mañanas y explorábamos como era la
naturaleza, nos encantaban las flores y las plantas. Después íbamos a la
biblioteca que teníamos en casa y buscábamos en los libros todas las especies
que habíamos encontrado.
Toc, toc – sonó la puerta de la
biblioteca.
Era mediodía, y como siempre
hacía Bruno, Carlos nos trajo el almuerzo. Un poco de fruta, pan y leche.
Mientras se acercaba a nosotras me miró a los ojos, y le sonreí. Noté que se
ponía nervioso y se tropezó con la alfombra, todo se cayó al suelo y mi hermana
y yo nos empezamos a reír a carcajada limpia. El pobre chico muy avergonzado
recogió lo que pudo y salió a toda prisa de la sala.
Sobre las cinco de la tarde sonó
la puerta de mi cuarto, yo estaba haciendo algo de costura. Di permiso para que
pasara, suponía que era la merienda y no me equivoqué. Carlos pasó y dejó el
plató encima de la mesa y me miró confuso. Le di las gracias, pero él no se fue
seguía mirándome y cada vez le notaba más nervioso, cerró la puerta y yo me
extrañé. Me pidió disculpas por lo que había pasado con el almuerzo, me dio
mucha ternura, asique me levanté, le acaricié la cara y le dije que no pasaba
nada.
Al finalizar el día como siempre,
antes de irme a dormir, escribí en mi diario. Esta vez era diferente, habían
pasado más cosas de lo normal. Conocí a Carlos, había sentido algo que nunca
antes había sentido y había actuado como nunca antes lo había hecho. ¿Me estaba
empezando a gustar el nuevo mayordomo?
Los días iban pasando y entre
nosotros cada vez había más miradas, más sonrisas, más complicidad. Yo a veces
le hacía llamar solo para verle, en realidad no necesitaba nada. Pero no se
molestaba, le gustaba venir, aunque solo fuera por verme. Una de las tardes que
me trajo la merienda intentó besarme, pero le dije que hasta que no cumpliera
la mayoría de edad no podía hacerlo.
El día 4 de abril de 1928 se
acercaba y yo cada vez estaba más ilusionada. Iba a ser mayor de edad, iba a
poder salir de mi casa cuando quisiera, iba a poder viajar, iba a tener una
gran fiesta de cumpleaños, muchos regalos y lo más importante, iba a poder
besar a Carlos.
Mi madre y mi hermana se estaban
encargando de organizar todo lo de mi fiesta, yo solo me tuve que preocupar de
elegir mi vestido. Ellas no paraban de hablar con Carlos, ya que él tenía que
estar al tanto de todo y era la primera vez que iba a estar al mando de un
acontecimiento así en mi casa. Era un gran cóctel, con mucha gente y mucho
servicio que prestar. Me contaba que todo me iba a encantar, que no me
preocupara por nada y que estaba deseando que llegase el día.
Ya eran las nueve de la noche del
día tan esperado y mi casa estaba llena de gente. Bajé la escalinata principal
de casa y allí tenía a casi 200 personas aplaudiéndome y diciéndome lo guapa
que estaba. Cuando terminé de bajar mi padre cogió mi mano y me dio un abrazo a
modo de felicitación, me dijo que tenía un gran regalo para mí. Allí me
presentó a Luis, el hijo del dueño de la fábrica de moneda de nuestra ciudad, París,
dijo que era mi prometido. Yo mostré una sonrisa falsa y dejé que mi futuro
marido besara mi mano.
Cuando la presentación acabó yo
salí corriendo hacía el porche llorando, Carlos me vio y vino a ver qué pasaba.
Se lo expliqué todo pero el necesitaba hacerlo y yo que lo hiciese, me besó y
así empezó una relación de amantes que no podían evitar desearse.
Los amantes - René Magrtitte
Imagen obtenida de: http://revistaatticus.es/2010/03/23/los-amantes-de-rene-magritte-un-amargo-beso
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