“La
niña que soñaba con llegar a las estrellas”.
“Érase una vez, una mujercita llamada Magdalena que
todas las noches, antes de irse a dormir, veía por la ventana los puntitos
brillantes del cielo, pero por más que quería llegar a ellos, no encontraba la
manera de alcanzarlos, y siempre se quedaba dormida…
Siempre tenía aquella ilusión de querer tocar las
estrellas, creyendo que si llegaba a ellas, serían como nubes almidonadas donde
podría refugiarse en los momentos más solitarios para ella.
Una noche, cansada de pensar en la mejor manera de
cómo llegar a aquellos puntitos, se quedó dormida.
De repente, se encontró en otra realidad distinta a
la que recordaba como su habitación. Magdalena apareció en una gran y bonita isla,
rodeada de cosas bonitas y animales de distintas razas… Pero en ese momento,
atormentada de no conocer donde estaba, seguía triste y con miedo, y se puso a
llorar…
Entonces, Magdalena percibió que una cosita roja,
con patitas, se le estaba acercando.
La mujercita se giró, y entonces, aquella cosita roja se acercó y le
dijo:
-
“¡Hola
niñita! Soy el cangrejo, y desde el fondo del mar, te he oído
llorar, ¿qué te pasa?”- dijo el cangrejo.
-
“Que no puedo alcanzar aquellos puntitos
brillantes del cielo, y tengo mucho miedo”- dijo Magdalena, algo desconfiada.
-
“¡Pues
sube a mis pinzas a ver si llegas!”- dijo el cangrejo.
Entonces la mujercita, sin dudarlo, se acercó
despacio hacia el cangrejo y se subió encima de sus pinzas.
-
“Jo,
todavía no los cojo”,- dijo Magdalena, con un tono en su voz triste. –“¿Conoces a otro amigo que nos pueda
ayudar?”.
- “¡Sí!”- dijo el cangrejo firmemente convencido. - “Tengo otra amiga que tiene el cuello tan largo que seguro que te hace tocar los puntitos con los dedo, se llama Jirafa. Le voy a llamar. ¡Jirafa, Jirafa!”.
-
“¡Hola!
Desde lo alto, te he visto llorar. ¿Qué te pasa?”- preguntó la jirafa a
Magdalena.
-
“Hola
jirafa. Pues que no he podido alcanzar aquellos puntitos brillantes del
cielo. ¿Tú me ayudarías?”- preguntó la mujercita.
-
“¡Claro!
Entonces deberás subir a mi cuello que seguro que los alcanzas”.- contestó la
jirafa.
Entonces, Magdalena después de intentar llegar a
ellas, y ver que no podía, contestó: “Jo, sigo sin poder tocarlos”.
La jirafa, al ver que no podía alcanzar la niña esos
puntitos, se le ocurrió una drástica idea y dijo: “¡Tengo una idea! Vamos a
llamar a nuestro amigo gato que es muy saltarín y seguro que las alcanzas”.
Entonces la jirafa dijo: “¡Gato, Gato!”.
Desde un tronco de árbol muy alto y frondoso,
apareció un felino de aspecto grande y robusto. Entonces, le dijo a la
mujercita:
-
“¡Hola!
Desde lo alto de mi casa te he visto llorar, ¿qué te pasa?”
Magdalena contestó, “pues que no he podido alcanzar
aquellos puntitos brillantes del cielo. Tus amigos me han intentado ayudar,
pero no los he alcanzado”.
Entonces, el felino le respondió:
-
“Pues
sube encima de mi cabeza que seguro que los alcanzas”.
Después de estar un rato intentando saltar de forma
nerviosa desde la casa del gato, Magdalena ya desmotivada dijo:
-
¡Jo,
sigo sin poder tocarlos! Jamás voy a llegar a esos puntitos.
Entre todos los amigos, estuvieron apoyando y
animando a la niña. Entonces, la jirafa y el gato tuvieron una idea y se la
comunicaron a la niña rápidamente.
-
“¡Ya
sabemos! Tenemos unos amigos que van por las ramas de los árboles y seguro que
te hacen alcanzarlos, vamos a llamarles. ¡Monos, Monos!”- dijeron la jirafa y
el felino.
-
“¡Hola!
Desde lo alto del árbol te he visto llorar, ¿qué te pasa?”
Magdalena, ya cansada, contestó cabizbaja:
-
“Pues
que no he podido alcanzar aquellos puntitos brillantes del cielo”.
El mono, al verla así, le dijo:
-
“¡Pues
sube a mis brazos que seguro que los alcanzas!”.
Finalmente, la muchacha que ya tenía su idea
totalmente descartada, dijo:
-
“Jo,
estoy muy triste… ¿Y ahora qué hacemos?”.
Entonces, entre todos los animales de la isla,
decidieron llamar al rey de la selva.
-
“¡Vamos
a llamar al Rey de la Selva que con sus garras y rugidos seguro que te hacen
alcanzarlos! ¡Vamos a llamarle entre todos! ¡LEÓN, LEÓN!”- gritaron todos.
Rápidamente, entre unos matorrales apareció un animal
de gran medida y con abundante pelo. Dio un rugido y fue a saludar a Magdalena.
-
“¡Hola!
Con mis orejas tan grandes te he oído llorar. ¿Qué te pasa, pequeña?”- preguntó
el felino de grandes dimensiones.
-
“¡Pues
que sigo sin alcanzar esos puntitos brillantes del cielo!”- contestó la
muchacha, un poco aterrorizada y desmotivada.
-
“Pues
con la ayuda de todos y subiéndote a mis garras te daremos
un impulso que te harán alcanzarlos. Venga muchacha, ¡Una, dos y tres!”
Después de estar un rato intentándolo, gritó de
forma desmesurada Magdalena:
“¡POR FIN! ¡POR FIN! ¡Las he cogido, son ESTRELLAS! ¿Y a qué
sabrán?”
Y DE REPENTE… ¡PUM! ¡Se
escuchó un ruido!
Entonces, Magdalena se despertó y se dio cuenta de
que todo lo que había vivido formaba parte de un sueño.
Entonces, se despertó, y fue en busca de su madre, diciendo:
-
“¡Mamá,
Mamá! He tenido un sueño muy extraño. ¡Estaba en una
bonita selva y con la ayuda de muchos animales he llegado a alcanzar las
estrellas!”
De repente, observó unas galletas que estaban al
lado y afirmó convencida: “¡ALA! ¡Son como las galletas de esta mesa! ¡Qué
ricas
están, estas galletas son tan dulces como dulces son las estrellas!”
¡Y
COLORÍN COLORETE ESTAS ESTRELLAS ESTÁN DE RECHUPETE!

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