"The Goldfinch" - Carel Fabritius.
Corría el verano de 1987, las 7 de la tarde y nada mejor que ver
el atardecer en aquella preciosa playa de California. Tenía todo lo necesario
para ser feliz, el sonido de las olas de fondo, una cerveza en la mano y la
mujer de la que llevaba enamorado durante 3 años delante de mí. Ella no lo
sabía, pero se iba a convertir en la mujer de mi vida.
Llevaba años con miedos e inseguridad, su belleza me producía
cierto rechazo a la hora de dar el paso, acercarme y decirle que me encantaba.
Pero la situación que estaba viviendo en ese momento me dio la fuerza necesaria
para hablarla.
Vivimos a escasos 5 minutos, así que no éramos completos
desconocidos. Le pregunté qué tal estaba y vi que tenía tras ella una tabla de
surf. Yo amaba el surf, diría que es uno de mis hobbies favoritos, y encontré
la excusa perfecta.
Me comentaba que sólo lo había practicado durante dos días, ya que
su tía le regaló la tabla de surf de su marido, un amante del dicho deporte que
falleció por un infarto, y que mejor que su joven sobrina para guardar ese recuerdo
tan preciado para la pareja, ya que a su tía le resultaba imposible mirar esa
tabla sin recordar los momentos vividos con su marido.
Ella, que no os he dicho su nombre, pero se llamaba Valeria,
quería homenajear a su tío y sentir la felicidad que él sentía cuando estaba
inmerso dentro de las olas.
Me ofrecí voluntario a prestarle mi ayuda en lo que necesitase, ya
que se me daba bastante bien. Sin quererlo y mucho menos, sin planearlo, estaba
más unido con ella de lo que yo creía, y esto significaba que el contacto no se
iba a perder.
Los días iban pasando y nos veíamos una y otra vez, hasta que
llegó el día que tras pasar toda la tarde juntos le invité a cenar. Tras la
baja iluminación de un par de velas y dos copas de vino, le dije lo que llevaba
años guardando dentro de mí, lo que no me dejaba ser yo al completo y me tenía
reprimido, que me gustaba.
Para mi sorpresa, ella se levantó y me besó. Podría contaros lo
felices que fuimos y lo poco que me arrepiento de acercarme aquella tarde de
verano, pero tengo más ilusión de deciros que del fruto de nuestro amor nació
lo más valioso que podría darme la vida, nuestra hija Sofía.
Es la persona más bonita que he visto en mi vida, y con tan sólo
19 años tiene unos valores y un saber estar que hace que cada día me sienta más
orgulloso de ella.
Lamentablemente, en la fiesta de cumpleaños de sus 18 años salió
con todo el grupo de sus amigos. No todos los días se celebra la mayoría de
edad y mi hija lo esperaba como agua de mayo.
Al salir de la fiesta, vino con Mateo, un chico que vive en el
portal justo de al lado donde nosotros vivimos, y se despidieron con un fuerte
abrazo.
Mientras Sofía sacaba las llaves del bolso, dos chicos vinieron
por detrás y tras forzarla la violaron. Jamás olvidaré la cara de mi hija al
entrar en casa. Rápidamente acudimos a la policía a interponer la denuncia. Mi
niña, no paraba de temblar y llorar, repitiendo el por qué le había pasado a
ella.
Describió al chico y la policía lo guardó en el informe. A los dos
días recibí una llamada de la policía que decía que había revisado las cámaras
de seguridad de la tienda de enfrente y habían identificado al agresor de mi
hija.
Sentí una especie de escalofrío que me recorrió todo el cuerpo, a
la vez que fuego ya que habían dado con la persona que había hecho daño a
Sofía.
Sabía quién era, le había puesto nombre y apellidos. Los días
pasaban y no paraba de pensar en ello, por lo que decidí acudir a su casa para
hablar con él y su familia supiera la clase de hijo que tenía.
Al llamar a la puerta, me abrió, era él. Obviamente, él no sabía
quién era yo, y pregunté si estaban sus padres, a lo que me contestó que no. Le
dije si podía hablar con él y me invitó a pasar a su casa.
No me anduve con rodeos y le dije quién era. El padre de aquella
chica a la que violó. El chaval no sabía reaccionar a la situación que se le
había presentado en frente y fue a la cocina a beberse un vaso de agua, y me
acerqué a él. Se puso nervioso y pensó que le estaba intimidando, y cogió un
cuchillo que tenía en la encimera.
Él temblaba y yo quise tranquilizarle, para nada quería propiciar
esa situación, y se abalanzó sobre mí. Le esquive y cogí la mano en la que
sostenía el cuchillo, y mientras varios segundos de forcejeo el cuchillo acabó
clavado en el abdomen del joven, lo que provocó su muerte.
Yo jamás buscaba eso, a pesar de ser el violador de mi hija,
pero asumí mi culpa y fui yo mismo a la
policía a confesar lo que había pasado.
¿La conclusión? 10 años de condena por asesinato. Y aquí estoy yo,
en la cárcel, escribiendo en la celda la historia de mi vida. La historia de
cómo un pájaro está encerrado y atado de pies y manos por defender a su
polluelo.
Arturo Ruiz Álvarez
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