Ainhoa Mínguez Garcillán
UN WHISKY CON LA SOLEDAD

Nighthawks. Hopper 1942
Era una fría noche de invierno del año 1942. “The phillies” era el único bar abierto a las 3 de la madrugada en los alrededores de Manhattan. Los informativos habían advertido de las bajas temperaturas que se iban a registrar esa semana y lo cautelosos que se debía ser con el frío, que ya se había llevado por delante un gran número de personas. Sin embargo, Philip, el dueño del bar, defendía siempre que el frío con lo que mejor se combate es con un gran vaso de Blantons, su producto estrella: un whisky americano del cual siempre presumía, ya que era uno de los pocos bares de la zona que tenía licencia para comerciarlo.
Como de costumbre, entré y le pedí lo de siempre. Me miró, asintió y sonrió. Hacia mucho que nadie me había devuelto de esa forma tan cálida una sonrisa, por primera vez en mucho tiempo me sentí como en casa por un momento. Momento que se desvaneció al empezar a pensar… Pensé en este mismo día hace tres años, en la mierda de día que fue y en lo rápido que pasa el puto tiempo. Pude ver mi reflejo en los bidones que había frente a mí, vi un rostro triste y envejecido como si hubieran pasado diez años en vez de tres. Pensé en ese maldito 9 de enero de 1939, la fecha que llevo tatuada en mi cabeza desde entonces. Ese 9 de enero en el que me quedé solo frente a la nada, en el que todo se fue para no volver. Ese 9 de enero en el que, a esta misma hora, estaba intentando consolarme agarrado no a un vaso sino a una botella entera de Blantons. Ese 9 de enero que me había arrebatado a lo que más había llegado a querer en la vida. Iban ya tres años de soledad. Me apetecía llorar, gritar y estallar de furia, pero decidí que lo mejor sería pronunciar las palabras mágicas que llevaban viviendo conmigo los últimos años “Otra ronda más Philip”
Mientras saboreaba la copa pensaba en lo cruel que puede llegar a ser la vida y en cómo todo puede cambiar tanto de un día para otro, así, de repente, sin previo aviso.
Pensaba en lo mucho que nos había costado poder llegar a estar juntos, en los años que habíamos pasado ocultándolo, en cuánto habíamos arriesgado para poder estar juntos… habíamos perdido a nuestras familias, nuestros trabajos… Lo habíamos dejado todo atrás para que nuestro amor triunfara por encima de cualquier cosa. Y ¿para qué mi Dylan? Para nada. Para que la vida llegase como un huracán y arrasara a su gusto quitándome todo.
Encontré consuelo mirando a Philip. También a él la vida le había saqueado, llevándose a su mujer por causa de una neumonía hace unos años atrás. Ahora su única salvación y ayuda era poder continuar con el bar.
Encontré también consuelo al ver a Margaret. Estaba guapísima, radiante con uno de sus mejores vestidos de color rojo y con el pelo recogido hacia tras. Había perdido a su marido y a su hijo en la guerra, y durante muchos años estuvo vistiendo solo de negro. Por su forma de vestir y por el brillo en sus ojos encontré una pizca de esperanza. Quizás estaba conociendo a ese hombre que le acompañaba y estaba dispuesta a rehacer su vida.
En mi, sin embargo, no podía encontrar ni una pizca de consuelo. Sentía cómo la maldita soledad me iba consumiendo por dentro, un veneno que poco a poco me iba debilitando más y más. Sonreí al pensar que quedaba poco para acabar con esta agonía, y que en pocas horas estaría en un plácido sueño del que no despertaría jamás. Dí el ultimo trago al whisky y sonreí sabiendo que aquí acababa mi historia: “Otra ronda más Philip”
Ainhoa Mínguez Garcillán.
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