María era una de las chicas más hermosas de todo el pueblo,
aunque ella no lo sabía, no notaba cómo la miraban los hombres y las mujeres de
la ciudad, no se daba cuenta de cómo su pelo castaño largo y rizado, brillaba a
la luz , saliéndole pequeños reflejos del color de los rayos del sol, ni
de cómo sus ojos verdes podían cambiar de color dependiendo de las estaciones
del año, o que cuando se enfadaba sus mejillas se arrebolaban mostrando una
cara encantadora llena de pecas, a todo
ello se le sumaba su sonrisa, capaz de iluminar una habitación y su risa
musical, la cual se escuchaba constantemente.
Pero eso era antes, ahora su cara estaba pálida debido a la
escasez de luz, su pelo ya no brillaba e iba recogido en un moño, sus ojos
estaban tristes con la mirada gacha y su boca en una constante línea, la guerra
y la actual dictadura habían hecho eso con ella.
En 1940 en el pueblo de Uclés, Cuenca, la vida no era fácil;
María se levantaba todos los días a las 05:00 para poder hacer el desayuno al
capellán de la prisión, porque el monasterio que se encontraba en su pueblo,
ahora servía como cárcel para presos políticos.
Una vez salía de casa, respiraba hondo, y se enrollaba la
bufanda al cuello debido a que en Diciembre la mayoría de los días, nevaba,
aunque era de agradecer, María amaba el frío y como se sentía contra sus
mejillas.
En su camino al trabajo, la grava crujía contra sus zapatos,
de forma que en la quietud de la mañana el único sonido que se escuchaba era su
caminar, mientras, observaba a su alrededor, como los chopos y fresnos que hace
unos meses estaban medio vacíos con hojas de color naranja y amarillo, ahora
estaban sin ellas.
Una vez llegaba a la puerta del pueblo, llamada la Puerta
del agua, se detenía unos minutos a beber agua fresca de la fuente de los cinco
caños de Uclés, que tenía forma de un muro de sillería romano y de cuya agua
dicen que viene directamente del rio Bedija, para después empezar a subir la
cuesta llena de adoquines. Con cuidado de no resbalarse debido a lo mojada que
esta la acera por el rocío de la mañana, subía pensando en cómo hace unos años
este camino le resultaba difícil y muchas veces se ahogaba por el esfuerzo de
lo empinada que era, mientras tanto, se encontraba a sus vecinos y vecinas,
muchos y muchas saludándola con sonrisas y alegría, mientras que otros y otras
lo hacían con un simple asentimiento de cabeza, el pueblo estaba dividido, y
aunque aún seguía habiendo habitantes jóvenes, eran menos que antes, había más
gente mayor.
Al llegar a la plaza, donde se encontraba la iglesia a la que iba todos los domingos, no podía evitar estremecerse al ver la
bandera de España con el águila en ella en la puerta del ayuntamiento, por lo
que bajaba la cabeza y proseguía con su camino, viendo las diferentes casas
blancas construidas por los mismos habitantes del pueblo.
En la entrada del monasterio, María se sentaba un segundo en
un muro cercano a recuperar el aliento, y las fuerzas para prepararse a lo que
iba a ser un día más en el que tuviera que rezar para que sus emociones no se
reflejaran en su rostro, desde allí se podía observar el castillo o fortaleza,
el cual fue testigo de alguna que otra batalla como la de los siete condes en
1108.
Respiraba hondo por segunda vez en la mañana y abría las puertas para comenzar
a subir las escaleras, observando el estilo plateresco del edificio. Como el
monasterio se situaba en lo alto del pueblo, desde allí se contemplaba un
paisaje que, podría haber transmitido sentimientos de paz y tranquilidad ya que
se veían las inmensas colinas y llanuras que bordeaban el pueblo, pero debido a
la época, esto no ocurría.
Al llegar a la puerta principal, cuya fachada era estilo
churrigueresco, se adentró en el monasterio ahora convertido en cárcel cuando la
tranquilidad de la mañana se rompió con la voz del capellán Niceto Lángara
espetándole a una pequeña mujer que era presa ¡MALDITA PUTA! Para a
continuación propinarle una sonora bofetada, tirándola al suelo, ante esto,
María fue a acercarse cuando el capellán levantó la mirada enfocándola en ella,
por lo que detuvo su paso.
Enterrando sus uñas en sus manos María aparto la mirada
hacia la mujer a la vez que oía la voz del hombre decir que continuara con su
día, y se fuera a realizar las tareas, que no era de su incumbencia, por lo que
se marchó sin rechistar.
Después de haber preparado el desayuno y más tarde la
comida, puso rumbo hacia su casa, esta vez cambiando su recorrido bajando la cuesta
que rodeaba el monasterio, la cual estaba llena de tierra y sin asfaltado
aunque bordeada por árboles a ambos lados del camino, hasta llegar a fosa común
la Tahona, donde María se santiguaba con lágrimas en los ojos, pensando en
todos sus conocidos y familiares ahí enterrados.
Al salir podía ver la salida del pueblo, aunque ella
continuaba su camino bordeando el arroyo con pedazos de hielo del agua
congelada debido al frío, pasando por el cementerio del pueblo para llegar de
nuevo a la fuente de los cinco caños, bebiendo agua de ahí por segunda vez en
el día y siguiendo el camino por el que llevaba a su casa.
Por Andrea Pablos López
NOTA: Este recorrido lo suelo hacer bastante, y aunque me he
inventado una historia y de esta forma lo he situado en otra época, sigue
siendo más o menos el mismo salvo por algún que otro edificio por el que paso
que se ha construido recientemente, o algún bar que han abierto.
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