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Viaje en la incertidumbre




Viajando en la incertidumbre

Fuenlabrada es una localidad del sur de Madrid que se remonta al siglo XVI que cuenta con alrededor de 195.000 habitantes, siendo así el tercer municipio más poblado de Madrid, tiene sentido porque la mayoría de usuarios de la línea C-5 del Cercanías nos bajamos en las estaciones situadas en esta ciudad. Aunque estoy alejada del mundo céntrico de Madrid, me gusta la zona en la que vivo, está cerca de metro, tren y autobús, de Colegios, tiene una zona donde salimos los jóvenes, la zona de bares del Centro Cultural Tomás y Valiente, y algunos parques y zonas verdes.
En la Calle Valencia, a las seis y veinte, cada lunes suena el despertador en mi habitación. Cuando decidí estudiar Pedagogía no imaginé lo que implicaba estudiar a una hora y cuarto de mi casa, cuando lo que acostumbraba es a salir diez minutos antes de las ocho y media para ir andando tranquilamente al instituto. Normalmente los lunes suelo entrar primera hora, a la ocho y media, por lo que tengo que salir de casa a las siete y cuarto de la mañana. Cojo el ascensor, y recorro la calle Valencia, la calle en donde vivo. En ella siempre están en la calle los panaderos horneando las primeras tandas de pan; recorro los soportales, paso por el Colegio Fuenlabrada en donde los padres que van a trabajar pronto dejan a sus hijos en el desayuno del colegio. Cruzo la Avenida Hispanidad y subo por la Calle Barcelona, donde vamos haciendo procesión todos los que nos dirigimos hacia la estación de Renfe de “La Serna”.
Cada mañana cuando voy acercándome a la estación me enfrento a cualquier cosa: cientos de personas esperando en el andén porque hay avería de tren, trenes que no pasan a su debida hora, gente quejándose por la incompetencia de Renfe… Acerco el abono trasporte a los tornos y estos me abren paso llevándome la alegría de que hay poca gente esperando el tren, es buena señal. Una vez llega el tren, me subo siempre en la ultima puerta del mismo vagón, que me deja a las puertas de las escaleras mecánicas en la estación de Méndez Álvaro.
Ya en el tren, me siento y automáticamente me pongo los cascos, y dependiendo de lo cansada que esté, me apoyo en la ventana y cierro los ojos en busca de unos minutos más de sueño. Me quedan siete paradas por delante hasta llegar a mi primer destino. De camino a la primera parada “Parque Polvoranca” puedo ver los primeros destellos de sol asomando tras los jóvenes árboles de Bosque Sur. Segunda parada, Leganés, allí gran cantidad de personas sube a toda prisa intentando buscar el mejor hueco para sobrevivir entre tanta gente y tanto calor, al igual que en la siguiente parada “Zarzaquemada” donde mucha gente se queda fuera sin poder subir.
Llegamos a “Villaverde Bajo” en ella el tren se descongestiona porque bastante gente baja allí para hacer trasbordo y coger en tren de la línea C-3 o C-4 que comunican con Sol, Nuevos Ministerios y Cantoblanco, para la gente que estudia en la Universidad Autónoma de Madrid.
Ya llevamos la mitad del recorrido, diez minutos, y nos espera la misma cantidad de tiempo metidos entre túneles pasando por Puente Alcocer, Orcasitas, donde vemos un poco de luz, Doce de Octubre y, finalmente Méndez Álvaro.
En esta estación se baja la mayoría de gente que queda en el tren, la otra restante lo hará en la siguiente parada, Atocha. Ya en Méndez Álvaro, el amasijo de gente nos dirigimos a las escaleras mecánicas, aunque de mecánicas tienen poco porque llevan más de un año rotas, paso los tornos de la Renfe, avanzo 50 metros en línea recta y ya estoy en el metro, es el trasbordo más sencillo que existe en Madrid.
Cada mañana bajo las escaleras mecánicas, otra vez, temiendo con lo que me puedo encontrar, atrasos, trenes averiados, aunque cuento con ir de pie y en ocasiones dejar pasar un tren porque o bien no entro o bien va demasiado repleto.
Durante todo el trayecto tengo puesta la música en Spotify, últimamente suelo escuchar Morat, aunque a veces me pongo alguna serie en Netflix, ahora estoy viendo “La maldición de Hill House”. Estando de pie, muchas veces no sé que hacer, me dedico a observar a la gente que sube y baja, la que no se puede subir, la que tiene cara de no gustarle los Lunes, o la que se reencuentra con sus compañeros de trabajo o de clase y se cuentan su fin de semana. Yo como vivo muy lejos, generalmente voy sola. A veces, si la vista me alcanza, leo los poemas y relatos que están colocados por los vagones del metro, y de todos los que he podido leer, mi favorito es este:


Ilustración 1. Callar
Hasta bajarme en Metropolitano, perdón, Vicente Aleixandre, con suerte me puedo sentar en las paradas donde se baja muchísima gente, como Diego de León o Nuevos Ministerios, aunque la que se lleva el premio es Avenida de América, donde depende de en qué vagón estés el tren queda prácticamente vacío, solo seguimos los que vamos rumbo de Ciudad Universitaria.
Ya en tierra firme, me quedan 4 escaleras mecánicas por subir, que nunca subo andando, demasiado esfuerzo para esas horas de la mañana. Subo las escaleras que dan paso a la calle y me paro junto al semáforo y leo: “Tal vez si subo la cuesta la baje cantando”

Cruzo el paso de cebra y bajo por el Paseo Juan XXIII, cruzando a la izquierda por el primer paso de cebra que hay, y siguiendo la calle pasando por dos de las muchas residencias que hay por toda la zona. Ya al final de la calle giro a la izquierda y espero al paso de cebra, a lo lejos ya se ve la Facultad de Educación. Cuando el semáforo se pone en verde, cruzo y sigo recto por la Calle del Rector Royo Villanova. El aspecto de mi facultad es algo diferente del de las demás facultades de la Universidad Complutense de Madrid, por su fachada se intuye que es un edificio antiguo. Una vez dentro de la facultad, subo las escaleras de la entrada, avanzo unos cinco metros y subo por las escaleras de la derecha a la segunda planta y allí, en el aula 2531, acaba mi recorrido. Si ha sido un día de suerte, he podido llegar con cinco minutos de antelación, pero por desgracia, cada vez son menos los días que puedo decir esto ya que el funcionamiento del metro y sobre todo de la Renfe deja mucho que desear. Ya con el paso de cuatro años no me quejo de tener una hora y cuarto de trayecto, es mi momento de conexión y desconexión con la sociedad, no me molesta usar el trasporte público porque si tuviera coche no lo usaría, estoy a favor de que se fomente el uso del trasporte público, pero deberían de darle una vuelta a mejorar las instalaciones y el funcionamiento de las líneas de tren y metro.

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Ana Laura Acevedo

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